Cuando el trabajo, la disciplina, y la sed de triunfo se complementan, el único resultado puede ser uno: éxito.
Mi mejor amigo me tomó del brazo, yo apreté las manos, el estadio se puso de pie, mientras aguantaba como una olla a punto de explotar, las gargantas se preparaban para estallar, y Giovanni Casillas no falló; el grito fue enorme, la felicidad infinita, y el templo del futbol mexicano latía fuerte, fuerte, fuerte… como esta Selección.
Ya a media semana este equipo, comandado de manera extraordinaria por Raúl “el Potro” Gutiérrez, había demostrado que las cosas eran serias, y con valentía, más la chispa heroica de Julio Gómez, había derrotado al candidato europeo Alemania en semifinales. La fiesta estaba lista, los boletos volaron y la afición mexicana comenzaba a murmurar que el título se quedaba, que la copa no se iba, y que México sería campeón del mundo.
Te cuento que por la mañana me desperté muy temprano para ir a recoger mi pase de abordar a la gloria nacional: mi boleto para el Estadio Azteca. De regreso, convencido de que la tarde de este domingo 10 de julio sería una de esas que se guardan en el corazón y se escriben con letras de oro, tomé un taxi con dirección a mi casa, y gracias a Dios tomé el auto de Joaquín, un señor de 68 años, que sin pensarlo, me hizo lo pregunta indispensable en la mayoría de las relaciones sociales de nuestro país: “Joven, ¿le gusta el futbol?”, y no hubo tiempo suficiente para tantas historias que el padre de ocho hijos quería compartime. Sin embargo, me contó que no hace muchos días, cuando México ganó la Copa Oro, utilizó un recurso no muy ortodoxo para enviar sus vibras al Tri: “Con 5 mentadas de madre a los gringos, México fue campeón”, y las risas y el sentimiento de compatibilidad entre Joaquín y yo cayeron en cascada. Llegamos a casa, me cobró, me deseó éxito como si yo fuese a jugar, y antes de arrancar me dijo: “que Uruguay chingue a su madre”, yo reí, pero el presagio de ese viejo, su formula misma, acababa de iniciar… benditas cábalas que nunca fallan.
Escuchar a más de 100mil personas cantar el Himno Nacional debería ser un cargo extra que te cobren en el boleto, pues la pasión y el sentido de identidad nacional, adquieren un significado especial, casi místico, que invoca a los dioses del pasado, a unirse a al presente, en función de encontrar la gloria futura. Arrancó el partido y la afición cobijo a cada uno de sus “Niños Héroes”, con aplausos por mínima que fuera la jugada.
No tendría sentido el futbol sin el júbilo de los fanáticos, sin el grito de guerra llamado “gol” que brota de manera natural del aficionado mexicano, cuando los suyos logran marcar. Cuando el Capitán del equipo, el “Pollo” Briseño abrió el marcador, el Estadio Azteca, testigo fiel de la gloria de Brasil en 1970, y de Maradona en 1986, era participe del júbilo y la gesta nacional; ahora el victorioso era México.
¿Qué más podríamos pedirle a este proceso mundialista? Sin afán de alarde, cuando Erick Balderas, editor de la revista Futbol Total, me asignó la tarea de conformar una sección bajo el nombre -Rumbo al Sub 17-, me involucré de lleno con los nombres que hoy brillan y que serán recordados por toda la eternidad. Cuatro meses de trabajo que incluyeron investigaciones, entrevistas de compañeros, búsqueda sin tregua de datos estadísticos de este equipo que hoy es campeón del mundo y muchas cosas más. Ahí conocí como un trabajo bajo un proyecto bien claro, con cimientos establecidos desde el principio, es la solución al mal natural del móvil con el que se ejecuta la mayor parte de las aventuras pamboleras en nuestro país.
La tarde caía en la colonia de Santa Úrsula, y el Cielito lindo era adoptado como un cántico de armonía por toda la gente. Como los buenos libros, como las grandes historias, como una bella melodía, o como la vida de un héroe, todo debe terminar con un momento ideal. Ya sin mucho glamour en mi apariencia, me ubique en un pasillo dentro del Estadio Azteca. Ahí coreaba, junto con muchas personas más el triunfo mexicano, pero con la vista en el reloj y en el árbitro central que no paraba el partido, y prolongaba la euforia total. Bendito sea el silbante que permitió la jugada final. Giovanni Casillas controló la pelota, yo apreté el puño, la gente se levantó de su lugar, mientras gritaba “acabalo Gio”, y entonces el camisa número 17 me dijo: “¡Si!, yo lo acabo”; le dijo a México “¡Si!, tu grítalo”; le dijo al mundo “¡Si!, esto es México, y es tierra de trabajo, esfuerzo, éxito y juventud”, y con la pierna zurda terminaba el partido y México era campeón del mundo.
La felicidad es el sentimiento más hermoso, noble y buscado en el ser humano. Hoy el trabajo de estos jóvenes le demuestra a la sociedad mexicana que siempre hay principios básicos para iniciar un proyecto, y que es la disciplina, el esfuerzo y el coraje en conjunto, lo que da resultados. Hoy México duerme feliz y debiera hacerlo siempre, pues la doctrina y modus de trabajo con el que operó Raúl Gutiérrez y todos los jóvenes de su selección, debe ser el ejemplo a seguir, no solo en el futbol, sino en toda actividad de la vida. De mi parte no queda más que agradecer a cada uno de ellos el sentimiento provocado, pues en un país carente de figuras ideales, ellos, con su esfuerzo, me demostraron que los héroes si existen.
Gracias Sub 17, fue un viaje extraordinario, que la vida, mi pasión y trabajo me hicieron recorrer con ustedes; ¡Viva el México campeón del mundo!
Por: Alfonso Borel
Twitter: @AlfonsoBorel
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